Tantas veces pasé por la esquina de las calles Blanco
Encalada y O´Higgins, mirando y pensando que hacía allí esa casa, de clásico
estilo colonial, pintada en los colores blanco y ocre, sin saber que era. Rodeada
por torres de departamentos cada vez más altas y cada vez más modernas y un
tráfico infernal. Perdida en el corazón del barrio de Belgrano. Un barrio que inició siendo pueblo en diciembre de
1855, donde se ubicaban las quintas y residencias de veraneo de las familias
más encumbradas de Buenos Aires. Un barrio de anchas veredas y arboles
frondosos, con gente elegante que se paseaba, con sus mejores ropas, por sus
calles. Un barrio que, por la actual Av. Cabildo, —antes llamada Camino Real
del Norte o del Alto—, de tierra en ese momento, vio pasar las carretas con
mercaderías que iban desde el puerto de Buenos Aires hacia el Alto Perú o
viceversa. Un barrio que, con la llegada del ferrocarril y sus estaciones, la de
Belgrano R (Rosario) y Belgrano C (Central), además de su gran desarrollo
comercial, se fue convirtiendo en uno de los más emblemáticos de Buenos Aires. Un
barrio en el que a partir de la década del ´70, se construyeron la mayoría de
las mejores obras de arquitectura de la época, algunas de las cuales se
convirtieron, posteriormente, en museos. Y, entonces, la descubrí: La Casa
Yrurtia es una de ellas, y está allí abrumada por la modernidad.
Fue adquirida por el artista Rogelio Yrurtia en 1921 con la
intención de reformarla y convertirla en su casa, en la que viviría con su segunda
esposa, la artista Lía Correa Morales, hija de su maestro. Desde que la compró
pensó en donarla al Estado, en agradecimiento hacia el país que había
solventado sus estudios de arte en Europa. El estilo elegido para remodelarla fue
el neocolonial, un estilo en auge en ese momento entre los intelectuales, que
reivindicaba los orígenes hispanos y criollos del país. La casa estaba sobre un
terreno de 1200 m2, elevada sobre el nivel de la calle, debido a que por debajo
de Blanco Encalada pasaba el arroyo Vega y las inundaciones eran constantes
hasta su entubamiento. Yrurtia no solo pensó en la casa, sino que tuvo especial
atención en los jardines, sus arboledas, los caminos de laja y la galería con
parras, basados en los jardines árabes, sino también en otros detalles como,
por ejemplo, que en la esquina no tuviera ochava para que luciera su estilo, o
que hubiera en su decoración interior y exterior elementos de la masonería a la
cual pertenecía el artista, o que el dintel exterior mostrara detalles del
barroco español. Gracias a sus diseños, al arquitecto que hizo los planos, K.
Smith, y al constructor, Pedro Rossi, pudieron crear esta hermosura que, en
1921, obtuvo el premio municipal de arquitectura. Finalmente, en 1942, gracias
a la ley que impulsó el diputado Alfredo Palacios y, ya muerto Yrurtia, su
esposa la donó al Estado como museo y, en 1949, abrió al público, asumiendo
ella la dirección del mismo.
No bien atravesamos la entrada podemos encontrar dos museos
en uno, pero no como una oferta comercial del siglo XXI, sino como el ingreso a
un edificio que nos muestra, esculturas, pinturas, y la forma de vida de la
época, porque la casa fue donada con su mobiliario y nos permite ver su
intimidad. Y, si bien el edificio es deslumbrante e imponente, sus adornos y
muebles también nos dejan en claro las incomodidades de la vida cotidiana de ese
entonces.
La intención de Yrurtia fue dejar un legado: el arte.
Encontraremos varias de sus esculturas terminadas y algunas en maqueta, como así
también pinturas y dibujos de la esposa, Lía Correa Morales, una pintora audaz,
precursora en la intervención femenina en espacios de la cultura nacional,
vedados a la mujer en ese entonces, y que fue la primera en exponer en el Salón
Nacional ganando el primer premio. También podemos ver obras de otros artistas
locales como Quinquela Martín o Eduardo Sívori; un cuadro de las primeras
épocas de Picasso, amigo de Yrurtia; muebles franceses e ingleses; cerámicas
españolas, armarios del renacimiento flamenco, elementos de decoración
japoneses, alfombras y tapices europeos e infinidad de otros objetos y obras
variadas obtenidas por la pareja en sus viajes. También cuenta con una biblioteca
llena de volúmenes sobre historia del arte, filosofía, geografía y un gran
archivo con fotografías, artículos periodísticos, y correspondencia.
Tanto por dentro como por fuera tiene mucho para mostrarnos. Podemos
recorrerla, internarnos en sus rincones, o pasear por sus jardines, pequeños oasis
donde conviven el arte y la naturaleza, con plantas que el mismo Yrurtia
escogió, y donde algunos podrán sentarse a descansar, otros a dibujar o a tomar
fotografías, conversar o pensar, y por qué no, a jugar a las escondidas con las
esculturas ocultas entre las plantas. ¿Tomaremos cafecito…? Qué sé yo.
Sandra Machado
Agustin Castiglione
Alex Sahores
Ana Sloninsky
Claudio Perez Rey
Eduardo Liserra
Eduardo Smudt
Eleonora Dorrego
Maria Catalina Alberto
Oscar Hernandez
Cesar Murga
Rodolfo Besada
Juan San Gil
Moira Gonzalez
Roberto Frangella
Graciela Duran
Eduardo Calocero
Adriana Padraglio
Calros Enrique Ford
Laura Vacs
Maria Isabel Romero
Pat Amodei
Sandro Borghini
Ricardo Gersbach
Silvia Poveda
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