Hoy
volvemos al Barrio de Belgrano, más precisamente al sub barrio no oficial de
Belgrano R y, en particular, a los alrededores de la Plaza Castelli, que se
encuentra, desde el año 1947, en el predio delimitado por las calles
Echeverría, Conde, Juramento y la estación Belgrano R del Ferrocarril Mitre. Antiguamente,
este sector era parte del viejo “Circo de las Carreras”, un hipódromo
construido en 1857, que ocupaba unas 30 manzanas entre las calles Olazábal,
Pampa y las avenidas Melián y Cramer. Se corrían carreras a la inglesa, con
atuendo de yóquey, dejando atrás el chiripá criollo y anticipando la
importancia que le daría esta colectividad al Barrio. En el año 1872 se abrió
la estación Belgrano R —Buenos Aires-Rosario— del Ferrocarril Mitre, (¡No! La R
no es por Belgrano Residencial), entre las calles Pampa, Echeverría, Freire y
Zapiola y, en el año 1875, el Circo cerró sus puertas. En 1886, las autoridades
locales lotearon las manzanas que ocupaba. Algunos lotes se los dieron a
empleados de la compañía que proveía el gas para el alumbrado de la ciudad, la
mayoría europeos. Y el resto se subastaron con la obligación de construir en
forma inmediata. Así fue que varios empleados de la compañía de trenes, en su
mayoría ingleses, se instalaron en el barrio y con lo recaudado por la venta de
los terrenos empedraron las calles.
Así
fue tomando forma este barrio tan especial. Calles amplias, muchas todavía con
su increíble empedrado, poca circulación de autos y frondosos árboles que unen
sus copas en el infinito. El silencio se siente y la calma, también. Su
arquitectura es de grandes casonas de estilo europeo —sobre todo inglés, pero
también francés—, que le dan un aire sumamente distinguido.
Entre
sus joyas arquitectónicas está el Palacios Hirsch, una de las casonas
victorianas más lindas del lugar, que ocupa un cuarto de manzana en la esquina
de Conde y Juramento. Su ubicación no es casual, ya que su propietario, John
Angus, irlandés enamorado de la Argentina, era gerente de un frigorífico
ubicado en Campana, el primero del país, y decidió que su casa debía estar
cerca de la estación del tren para llegar rápido a su trabajo. Su diseño y
construcción pertenecen al arquitecto inglés John R. Sutton, cuyo cuerpo
central es la casa original, inaugurada en 1895 y a la que llamó “Residencia
Belmont”. Angus vivió allí con su familia poco tiempo y luego la compró Alfredo
Hirsch, en 1910, un judío nacido en Alemania, presidente y copropietario de la
empresa Bunge y Born, un gran coleccionista de arte y platería colonial. La
residencia Hirsch, entonces, cambió su fisonomía, ya que en los años ´20, el
arquitecto Kronfuss construyó el ala izquierda para ubicar la zona de música
—donde la Camerata Bariloche hizo su primera presentación— y, en los años ´30, realizó
una nueva ampliación, el ala derecha, donde se ubicaron comedores y sectores
privados. Allí vivió su familia durante varias décadas y personal de
mantenimiento. Tenía detalles sorprendentes para la época: el segundo ascensor
Otis de la ciudad y sistema de aspiración central. Sus líneas son de estilo
inglés con toques eclécticos, muy propio del estilo eduardiano del siglo VII
que tuvo lugar en el Reino Unido entre 1901 y 1910. En los años noventa fue
restaurada y puesta en valor, manteniendo sus líneas originales, hasta que fue declarada
Patrimonio Histórico de la Ciudad. Su colección de arte hoy se encuentra en el
Museo de Bellas Artes, en la Sala Hirsch, y ya no funciona como vivienda, sino
que abre sus puertas a eventos culturales.
Justo
a su lado hay dos casonas gemelas. Una es una vivienda familiar, pero la otra
fue el inicio del St. Brendan ´s College. En 1966 el profesor John Scanlan lo
fundó junto a su esposa, en una casona inglesa típica, en Conde 2050, la
primera sede con apenas 67 alumnos que se formarían en la educación bilingüe. Luego
se trasladó a Superí al 2000, en el mismo barrio. Abandonada por largo tiempo, fue
restaurada en el año 2012, ubicándose en ella el Centro Cultural Plaza
Castelli, donde se ofrecían talleres, encuentros y presentaciones en sus
hermosos salones. Hasta había un restaurant gourmet, donde se podía
disfrutar del patio alrededor de una fontana custodiada por ángeles. Lamentablemente,
hoy se encuentra cerrada.
En
la esquina de Conde y Echeverría podemos ver la sede de la Librería Kel,
principal distribuidora de libros de inglés, fundada en 1977. Su edificio es de
estilo victoriano y se caracteriza por su color azul con molduras blancas. Un
hito de la zona. En las otras dos equinas, se enfrentan en diagonal un edificio
de características racionalistas y otro de estilo italianizante de principios
del siglo pasado. Si caminamos hacia la estación por Echeverría, sobre la calle
Freire estuvo el viejo edificio del Archivo General del Ferrocarril Central Argentino
hasta los años ´90, hoy remodelado por los dueños del restaurant Olegario. Y si
observamos la estación veremos recuerdos de sus orígenes: la vieja boletería,
el pasaje subterráneo, la garita, la vieja estación y alguna que otra
construcción más.
Este pequeño pueblo o pequeño mundo,
como lo llaman sus vecinos, es un Área de Protección Histórica custodiada por
la Sociedad de Fomento —cuya sede está sobre la Plaza Olmos, cruzando las vías—,
y el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, por lo que cualquier modificación
debe ser aprobada por ambos. Lo mismo pasa con muchos de sus edificios. Y en lo
comercial, solo se permiten los locales vinculados con el sector de servicios.
Me
gustaría contarles que esta plaza y esta zona fueron el escenario de mi
infancia, de mi juventud, como así también del de mis hijas. Recuerdo a mi
papá, siendo muy joven, tomando el tren con vagones de madera marrón oscuro
rumbo a Retiro, en esa estación todavía a nivel del suelo. También recuerdo
cuando yo tomaba ese mismo tren, varios años después —ya con sus vagones
celestes y blancos y la estación elevada—, hacia mi primer trabajo.
Siendo
chica mis padres me llevaban a los juegos de la Plaza Castelli: hamacas,
toboganes y sube y baja. Nada muy sofisticado. Y a la vieja calesita en
Juramento y las vías, a la que llevaron también a mis hijas, tiempo después.
Ellas en la Plaza pudieron disfrutar de juegos más modernos y rebuscados y, al
caer la tarde, merendábamos en algunas de las confiterías, cerrando nuestro
paseo en la librería Caledoiscopio de la que volvíamos a casa con cuentos, que leíamos
juntas en la cama. Vi construir el restaurant El Torreón en los años ´70, en la
esquina de Freire y Echeverría, donde muchas chicas festejaban sus 15 y donde
se comen las mejores medialunas del barrio. También fui testigo de la
remodelación del edificio que hoy es del restaurant Olegario, donde suelo ir a
comer con familia o amigos, y de la modernización de la estación, adaptada a la
nueva tecnología. Vi como mejoraron la Plaza: con bancos, iluminación moderna,
juegos más divertidos, caniles, rejas perimetrales y pisos antideslizantes. Vi
confiterías, restaurants y pubs ingleses aparecer y desaparecer.
Pero lo que nunca cambió es
que siempre fue un lugar para pasarla bien, sobre todo en tardes soleadas, en alguna
mesa en la vereda. Un lugar al que siempre me gusta volver porque fue un
pedacito de mi historia. Y que, seguramente, los Croquiseros con sus dibujos la
convertirán en un pedacito de la de ellos.
Sandra Machado
MANUEL DOMÍNGUEZ
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