Pensar en la Ciudad de Buenos Aires como una zona rural
donde había estancias y se pudiera hacer vida de campo parece una película de
ciencia ficción, pero no lo es. Y nos lo demuestra el único casco de estancia
que sobrevivió al paso del tiempo: La Casona de los Olivera que se ubicaba
sobre un terreno de 1200 hectáreas, llamado la Chacra de los Remedios, limitando
al norte con el arroyo Maldonado, al sur con el Riachuelo, al este con la
Avenida Lacarra y, al oeste con la avenida Escalada.
En el año 1727 se creó la Hermandad de la Santa Caridad de
Nuestro Señor Jesucristo que poseía, en esas tierras, una capilla (hoy
Parroquia San Miguel) y un oratorio bajo la protección de la Virgen de Nuestra
Señora de los Remedios, nombrada Patrona Menor de la Ciudad. En 1755, la
Hermandad fundó el Colegio de Niñas Huérfanas y dispuso de una chacra, que hoy
es parte del barrio y que tuvo diferentes usos: como cementerio para pobres y
víctimas de epidemias y para ubicar el Colegio y el Asilo y para el Hospital de
mujeres. En el año 1820 Bernardino
Rivadavia, con motivo de la reforma eclesiástica, confiscó los bienes de la
Hermandad y la finca donde funcionaba el Asilo lo cedió a la Sociedad de
Beneficencia. Unos años más tarde, en 1828, los bienes salieron a remate y los
compró Domingo Olivera, donde instaló un centro de experimentación agrícola
ganadero y la antigua casona para su familia. Los terrenos fueron sufriendo
fraccionamientos a lo largo del tiempo, al igual que la casa sufrió
modificaciones con del paso de las generaciones. El ingeniero Carlos Olivera,
uno de sus hijos, construyó, en 1870, la casona que vemos hoy, sobre las bases
de la construida por su padre, Domingo, en 1838, donde estaba el Colegio de
Niñas. Una casona con cuatro volúmenes de tres niveles unidos por un cuerpo
central de dos, que combina varios elementos arquitectónicos: del estilo
italiano, como columnas y ornamentos de su fachada; del estilo francés
como los volúmenes con mansardas, hoy modificados por chapa negra; del
estilo rural, como la amplia terraza y torres en los extremos de la fachada.
Además, una escalera central en el acceso que marca el estilo señorial.
Para finales del siglo XIX comenzaron a tomar forma en
nuestro país las ideas higienistas y con ellas la necesidad de la creación de
espacios verdes públicos, no solo para la oxigenación del ambiente, sino para
el mejoramiento de la salud. Es así que el ingeniero agrónomo Benito Carrasco,
sugirió a la Municipalidad la compra de terrenos sin fraccionar, estratégicamente
ubicados, para crear Parques Públicos. El área del Parque Avellaneda fue uno de
ellos, conjuntamente con Parque Saavedra, el Bañado de Flores y Agronomía. Así
en el año 1912, la Municipalidad compró 30 hectáreas de la estancia de los
Olivera, en el espacio delimitado por las avenidas Lacarra, Directorio, y las
calles Monte y Florentino Ameghino. El 15 de noviembre de 1912 el nieto de Domingo
Olivera hizo entrega de las tierras al entonces director general de Parques y
Paseos, Carlos Thays, y en 1914 se inauguró el Parque Avellaneda.
En el hay más de 120 especies de árboles, alrededor de 34
variedades de arbustos y varias especies de aves. En el año 1913 se construyó
un tambo para la producción de lácteos y el acopio de granos que, en 1927, fue
pionero en la conservación de leche y distribución al pueblo de Flores debido a
una innovadora cámara frigorífica. Su estructura era cemento y mampuestos de
madera, que también servían de ornamentación, y techo de tejas. Hoy funciona
como Centro de Artes Escénicas. En 1925 se construyó un natatorio, el primero
público de la ciudad, cuyo edificio dio mucho que hablar por su lujo, con
reminiscencias de los edificios de aguas termales de la antigua Roma, y hoy es
una escuela y centro cultural. En el sector noroeste hay un vivero, de 1917,
que abastecía de árboles y flores al resto de la ciudad. También tenía un
mástil, un trencito que lo recorría, varias esculturas de autores famosos como
la Tejedora de Luis Perloti y un espacio de meditación donde antes había un
patio de juegos. Desde el año de su inauguración fue un parque muy popular, sobre
todo teniendo en cuenta que siempre tuvo una función social y pública orientada
a dotar de beneficios a los habitantes de la zona, gente humilde y alejada del
centro. Pero la llegada de la Autopista en los años ´70 lo hizo caer en un
período de decadencia y abandono. Gracias a esfuerzos combinados entre vecinos
y gobierno pudo volver retomar acciones para la participación ciudadana en
deportes, cursos, exposiciones, talleres y visitas guiadas, entre otras cosas, y
se hicieron obras de mantenimiento y mejoramiento general que continúan hasta
hoy.
Pero Parque Avellaneda no es solo un parque, sino un hito alrededor
del cual se fueron instalando familias de inmigrantes, sobre todo italianos,
que buscaban terrenos económicos. Se fue formando el barrio, que lleva el mismo
nombre, y que delimita con los de Floresta, al norte, Flores, al este, Villa
Soldati, Villa Lugano y Mataderos, al sur, y Villa Luro y Vélez Sarsfield, al
noroeste. Un barrio tranquilo, con espacios verdes como plazas y plazoletas, con
calles anchas y arboladas al que la autopista dividió hace un tiempo atrás, quitándole
un poco de su imagen y comunicación entre los sectores en los que quedó
separado. En su interior hay varias iglesias y parroquias y el Barrio Alvear,
creado por la Comisión de Casas Baratas, un barrio de 127 casas que se terminó
en 1940 con la incorporación de monoblocks que cambiaron su fisonomía.
Y dejamos atrás otro año de buenos momentos y nuevos lugares.
Hoy no los invito con café, sino champagne, ya que mi deseo para el 2025 es que
nos volvamos a encontrar y a disfrutar de estos instantes que quedarán en
nuestros dibujos y en nuestra memoria.
Sandra Machado